La muerte, ese fin de la jornada
de la vida, es en unos casos, la muerte inoportuna que llega con su sombra, para
que en ella descansemos cuando nuestra labor se ha terminado. Pero en otros
casos, la muerte inoportuna se presenta cuando la tarea no se ha terminado, llega
a interrumpir una obra, llega arrebatar a una persona que todavía se encuentra
en plena labor. Tal es el caso que deploramos esta ocasión, en que un hombre
desaparece de la escena del mundo, cuando su presencia en él garantizaba la realización
de una obra que le esperaba.
La vida es una trayectoria que
empieza en la cuna y acaba en el sepulcro, todo en la naturaleza tiene un ciclo
que fatalmente debe recorrerse. El sol aparece en el Oriente cuando el día empieza
y recorre durante él su camino en la bóveda celeste, para ir a ocultarse en el
Occidente. Todo tiene un principio y un fin, lo sabemos, pero hay siempre en
cada ciclo un desarrollo, algo que se completa, algo que se termina lógicamente,
y cuando esto sucede, el fin no es imprevisto, lo vemos natural y lo aceptamos
como ley de la vida.
La vida humana que principió en
la infancia, en la que el ser más tarde, que sigue en adolescencia, en que ya
apuntan más las posibilidades del hombre, pero la cual no da todavía sus
frutos, se continúa con la edad adulta o madurez, en la que el hombre ya
formado, se entrega a una labor, realiza una obra útil a la sociedad; esta
parte de la existencia, es la que produce todo lo que el hombre puede dar para el bien de
la sociedad; después el vigor va desapareciendo, la fuerza vital disminuye, y
la máquina humana se desgasta poco a poco hasta quedar disminuida para el
trabajo; es la última parte de la existencia, la vejez, algo así como una
pendiente por la cual vamos descendiendo hasta la muerte. Cuando un hombre
muere durante la infancia, que es el primer periodo de la vida, deploramos que
se haya cortado el hilo de su existencia, cuando le faltaban todavía tres
etapas por recorrer; lamentamos la muerte del ser querido antes de que haya cumplido su ciclo. Lo mismo hacemos cuando muere un joven, entonces, también
deploramos que aquella vida no haya podido realizar la obra que le esperaba, en
el campo de la actividad humana.
En estos momentos solemnes en que
despedimos al amigo, al compañero, al camarada José Sánchez Viveros hacemos un recuerdo de lo que fue su vida. Consideramos
la pérdida que sufre la sociedad y el dolor que embarga a los suyos y llenos de
emoción, hacemos justicia a sus virtudes de ciudadano, a sus sueños que son los
nuestros y que estamos obligados a realizar; recordamos al amigo, al compañero,
al hombre bueno que hoy entregamos a la tierra, sintiendo que la muerte ha sido
inoportuna, porque nos arrebata a un hombre que todavía no le pertenecía,
porque estaba en plena lucha para bien de la sociedad.
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