¡Cómo conocí a Neruda!
"Buscando las palabras
se encuentran los pensamientos" (Joseph Joubert).
Hace algunos años, al
término de mi disertación académica con un auditorio pletórico de juventudes entusiastas en torno al calor
y la algarabía propia del ambiente estudiantil, me solicitó al paso <<una
infanta que frisaba los diecisiete años,
su sonrisa enmarcaba la faz de la mirada inteligente de quien espera recibir el
mayor presente, en tiempo
perfecto>> con un cuasi susurro preguntó: ¿Cuál ha sido el día más feliz de su
vida?
Sin premura, respondí, ¡el
día que aprendí a leer y a escribir!
Rauda centella remembró mi párvula infancia,
vestida de ausencias, escuálido, primogénito de viva imaginación, arquitecto de
mundos imposibles y Lord de tesoros de papel. Al tamborileo del lápiz y papel, de
consonante y vocal, sílaba tras sílaba en el sonido surge la palabra, milagro que irrumpe,
portentoso rayo de luz que expande y comunica, universo sin límites. Ahora, todo
tienen sentido, kairós, sujeto y objeto
en una misma danza, fuerza activa, nombro y puedo ser nombrado, leo y puedo ser leído.
Repaso vocablo a vocablo recorriendo Las
venas abiertas de América latina y los veinte Poemas de amor y una canción
desesperada. Conozco la prosa y el verso de Galeano, Benedetti y Neruda,
titanes continentales; siempre, a la distancia, en mi sendero aprecio su luz de
estrellas fenecidas. En un instante soy peregrino que retorna al raído “mostrador de madera”, campo
de juegos, lugar de mil batallas, territorio que resume el cosmos entero y lugar donde escribí mis primeras letras.
El aquí y el ahora me retrae
de la inefable ensoñación. En mi desiderata, palabra y conocimiento son tesoros que a diferencia de otros tesoros cuando los compartes no disminuyen sino que se
agigantan cada día que pasa, como las olas, esas olas sempiternas que no pararán jamás.
Ahora, la alquimia de la palabra
escrita me transmuta, en mi imaginario, y en silencio recito a Neruda “Nosotros,
los de entonces, ya no somos los mismos”. Hoy recuerdo que así conocí a Neruda.
Juan Manuel Carrión Delgado
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