Por
Juan Manuel Carrión Delgado
Al recuerdo de mis padres. Ellos
me inculcaron el amor por el trabajo, el estudio y los descamisados del mundo. Desde
pequeño me gustaba leer. Me pasaba horas debajo del mostrador de abarrotes, mi refugio seguro, devorando viejos periódicos. Me fascinaban las historias que
me transportaban a otros mundos y me hacían soñar. También me interesaban los
temas sociales y políticos, que me ayudaban a comprender la realidad y cuestionarla.
Una de las lecturas que más me
marcó fue la biografía de Salvador Allende, el presidente socialista de Chile
que murió defendiendo su proyecto revolucionario frente al golpe de estado apoyado por Estados Unidos. Su vida y su muerte me conmovieron profundamente. Me
impresionó su valentía, su dignidad y su compromiso con su pueblo. Me
identifiqué con sus ideales de justicia social y de democracia popular. Me
inspiró a seguir su ejemplo y a participar en la lucha por un mundo mejor.
Cuando niño, perdí a Salvador
Allende el mártir que murió por su pueblo y por su causa el símbolo que quedó
grabado en mi memoria y en mi corazón, el legado que me dejó su sueño y su
esperanza. Así fue como crecí. En el camino conocí a muchos compañeros y compañeras
que compartían mis sueños y esperanzas. También conocí la represión, la
violencia y el miedo. Pero nunca me rendí ni arrepentí. Estudiar fue mi mayor acto
revolucionario.
Hoy, sigo siendo un lector ávido
y un luchador incansable. Sigo recordando mi infancia, mis años mozos, la
lectura, Salvador Allende y el camino de lucha que me legó. Sigo creyendo que
otro mundo es posible y necesario. Sigo diciendo: ¡Hasta siempre querido compañero
presidente!
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